viernes, 13 de febrero de 2015

1998 - TIERRA DE FUEGO

Las zonas del sur de Chile y de Argentina han sido los enclaves elegidos en esta ocasión para llevar a cabo la aventura. Lugares majestuosos, tan aconsejables para los amantes de la naturaleza en su estado más puro como para esos otros viajeros que disfrutan de la meditación, o para aquéllos que, aguijoneados por esa curiosidad tan humana, quieren llegar a conocer unas idiosincrasias completamente distintas a la suya. Ahora bien, no se trata de un lugar fácil, y menos todavía en pleno invierno.

Barrera infranqueable.

Los Andes, la cadena montañosa más larga del mundo, representa una barrera natural en ocasiones infranqueable, y viajar por sus alrededores puede convertirse en una pesadilla si el tiempo no acompaña. Por aire, muchos pequeños aeródromos a un lado y a otro de la cordillera sufren los rigores extremos del invierno austral, y sin embargo, los atrevidos pilotos locales tampoco se andan con grandes miramientos. Agarran sus máquinas voladoras -generalmente sin capacidad para ascender por encima de los 6.000 metros- y ratonean por los senderos aéreos entre las cumbres de hielo, en un espectáculo imponente que, inevitablemente, hace recordar aquella terrible catástrofe aérea ocurrida en el año 1973 en el mismo lugar.
Por tierra, el recorrido natural desde Santiago de Chile, rumbo sur, es la carretera Panamericana, un recorrido de algo más de 1.600 kilómetros de asfalto, muy ruteros y exigentes. El paisaje, que combina verdes valles con lagos y nieve, cambia bruscamente en pocos kilómetros dependiendo de si se circula paralelamente al Pacífico, por el Valle Central chileno o por los Andes.

La mítica carretera llega hasta las inmediaciones de Puerto Montt, pero ya antes empieza a ser una necesidad cruzar la frontera hacia Argentina. La turística región de Bariloche se encuentra muy bien comunicada y los pasos fronterizos persiguen a los valles. Hasta llegar a esa zona los equipos no tuvieron grandes contratiempos, salvo los ocasionados por la meteorología, que estuvo especialmente caprichosa en la alta montaña.
En esa región las cosas cambian. En dirección sur hasta Tierra del Fuego se encadenan, sin solución de continuidad, una veintena de parques nacionales en una explosión de naturaleza sin parangón similar en otras zonas del globo. Se deja atrás la civilización, las comunicaciones se endurecen y el clima es cada vez más implacable.

Cada vez más difícil.

En el lado chileno, seguir la ruta es prácticamente imposible por el tapón que representa el Campo de Hielo Sur, una vasta extensión de hielo al estilo antártico aún hoy fuente de disputas territoriales con sus vecinos argentinos. Es conveniente por ello utilizar la carretera Austral que discurre en dirección sur por la Pampa argentina, con destino final en la isla de Tierra del Fuego. El vehículo oficial del Camel Trophy, el Land Rover Freelander, respondió a las expectativas levantadas y cumplió con suficiencia en nieve y barro -gracias a su dispositivo de control de tracción- y con brillantez por las pistas, gracias a su fenomenal suspensión. Pero no quiere decir que no pasara sus dificultades, a veces grandes.

Impregnarse del sabor tan rural que desprenden los pocos focos de civilización que se encuentran es uno de los grandes atractivos del viaje. Son pueblos, sobre todo los más próximos a la cordillera, sin apenas comunicación exterior, aislados por los rigores del clima y por la escasa densidad de población de la zona.
En muchos de ellos, la radio es el medio de comunicación por excelencia, ofreciendo un servicio de avisos a los habitantes al estilo de nuestra Radio Nacional de España. La vida discurre allí al ralentí, entre la ganadería, el comercio, la vida contemplativa y el pisco, la bebida nacional chilena capaz de convertir conversaciones tranquilas en trenes de largo recorrido.

Zigzaguear a un lado y otro de la frontera entre Chile y Argentina permite al viajero sacar algunas conclusiones de cierto empaque. De entrada, los muchos controles fronterizos, a medio camino entre burocráticos e impermeables, no son más que la consecuencia lógica de una relación entre dos países que se miran de reojo. Las rencillas por la soberanía de algunas tierras, islas o aguas han abierto unas heridas tan graves que únicamente el tiempo se va encargando de cicatrizar.

Tristes recuerdos.

En esta edición del Camel Trophy, que cruzaba la frontera tantas veces como se cruza una calle, los británicos no las debieron tener todas consigo. Pero en el aeródromo de Esquel, al sur de Bariloche, mientras un capitán y un cabo argentinos cumplimentaban entre bromas y anécdotas los trámites aduaneros de cinco ingleses, nadie recordó a Las Malvinas. Sólo este periodista reparó en el cuadro colgado encima de sus cabezas.

Era el recuerdo a todos los hijos de Esquel caídos en el conflicto. La impresión es que muchos argentinos han pasado ya esa página de su Historia, aunque más al sur y más al este -desde donde se llevó todo el peso de las operaciones militares argentinas-, el drama bélico sigue todavía muy presente fresco en la memoria de muchos.

Ya en Ushuaia, un maravilloso cartel situado a la entrada del nuevo aeropuerto, construido el año pasado, reza su nombre oficial: Aeropuerto Internacional de Ushuaia Malvinas Argentinas.
Por las pistas forestales que unen unos pueblos con otros, el viajero se topa continuamente con un paisaje maravilloso de volcanes, lagos, glaciares y estepas que, en conjunción con unas temperaturas bajo cero y unos vientos huracanados, dan a la Patagonia una nítida sensación de misterio, aislamiento y soledad.

Es la misma sensación que transmiten, en cierto modo, las gentes allí residentes, gentes sencillas, amables y poco acostumbradas a la cuna y la cátedra. Pero curiosamente, gentes muy distintas a un lado y a otro de la cordillera andina, con un español muy confuso al oeste, muy poético al este. Más reservados y americanizados los moradores del oeste, más sofisticados y latinos los del este.

Casi hasta el polo sur

Desde Santiago de Chile hasta el lugar más al sur del planeta accesible en coche. Más de 8.000 kilómetros en 20 días. Este fue el programa del Camel Trophy, un recorrido con sólo tres controles, en Pucón, Futaleufú y Torres del Paine. Desde Santiago hasta Pucón los equipos procuraron esquivar la cordillera andina. Los primeros 1.000 kilómetros discurrieron por el Valle Central. En Pucón los participantes llevaron a cabo una expedición de seis horas al volcán Villarrica, uno de los más activos del mundo.
Desde allí, los equipos español y canario se adentraron en territorio argentino, por San Martín de los Andes y San Carlos de Bariloche. El segundo reagrupamiento fue en Futaleufú, pintoresca localidad fronteriza de Chile, donde hicieron un descenso en rafting. Fue entonces cuando se adentraron en la Patagonia.
Llegaron al Perito Moreno, el glaciar más activo y alto del mundo, un día antes de otro reagrupamiento, en el Parque Nacional de las Torres del Paine. Allí hay tres grandes picos de granito que se levantan desde los 50 metros hasta los 3.000.
El acceso de los equipos a la isla de Tierra del Fuego se realizó siguiendo la ruta Puerto Natales-Río Gallegos-Punta Arenas, única posible para no quedar atrapado en un caos de pequeñas islas. Desde allí condujeron 200 kilómetros hasta llegar a Ushuaia, puerta de entrada al mítico Cabo de Hornos y a la Antártida.


Ellas siempre ganan
España presentaba, por vez primera en la historia del Camel Trophy, un equipo enteramente femenino. Emma Roca y Patricia Molina han hecho añicos la creencia de que la aventura es sólo para caballeros. En este Camel Trophy que ha combinado estrategia, navegación y fortaleza, las dos chicas han quedado sextas en la clasificación general, segundas en conducción y vencedoras en el Trofeo Land Rover, al haber accedido a un total de 74 controles con el Freelander.

Han conducido bajo lluvias torrenciales, colosales nevadas, barro, hielo y nieve. Pero, por encima de todo, su estrategia ha sido impecable. Noche tras noche perdían el tiempo necesario, mapa y GPS en mano, para planear la etapa. Además, la compenetración entre ambas fue modélica. Sin ninguna duda ese espíritu de equipo les dio su excelente clasificación. Emma, bióloga de 24 años, mandando en bicicleta de montaña y navegación. Patricia, estudiante de INEF de 22 años, al mando del esquí y de la conducción.

La anécdota vino de la mano de una cadena de televisión chilena. Dos periodistas siguieron durante un día a las dos españolas para grabar imágenes de su actuación. Esa noche, mientras cenaban en una pequeña hostería en la cordillera andina, vieron la emisión del programa, que ponía en duda la capacidad del sexo débil para hacer un digno papel en el Camel Trophy. El azar quiso que al día siguiente se los encontraran. "Oye, ¿qué es eso del sexo débil?" recriminó una de las corredoras. "Yo no fui" dijo el acorralado periodista. Debiera haberlo sabido, ellas siempre ganan.

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